Tiempo atrás
se daba por asumido que los alumnos adultos que se inscribían en un curso, lo
hacían porque estaban motivados a asimilar nuevos conocimientos, pero en estos
tiempos de crisis, cada vez con más frecuencia, me encuentro con alumnos que
afirman estar asistiendo a las clases simplemente por encontrarse en una
situación de desempleo y que no están seguros de para qué les va a servir la
acción formativa que están recibiendo.
“Este
curso no tiene nada que ver con la profesión que yo ejercía...”, “Me he
apuntado al curso para no estar todo el día metido en casa...” “Soy demasiado
mayor como para aprender algo tan diferente a lo que conozco...”. Éstas son
algunas de las frases con las que a veces me sorprende algún alumno.
¿Y cómo debe
responder un docente ante esta situación?
Desde mi punto
de vista hay tres factores en los que el profesor debe basarse. Éstos son: el
diálogo, la motivación y la funcionalidad de los aprendizajes.
En un primer
lugar el docente debe mantener una postura de igual a igual con el alumno de
forma que éste se encuentre en una actitud positiva para el diálogo. Escuchar
sus preocupaciones y necesidades, nos servirá como base para encontrar
argumentos que les hagan ver que la formación, no sólo es una forma de mantener
la mente alejada de los problemas de la vida diaria, sino, que puede ayudarles
a darles un nuevo rumbo a su perfil profesional, (un cambio que hoy día, en
algunos perfiles resulta mucho más que necesario) o incluso les puede permitir
reciclar conocimientos que ya tenían obsoletos, aún sin ser conscientes de
ello.
Por otro lado
nos encontramos con la motivación. Conseguir que un alumno desanimado y con una
actitud negativa ante la vida en general, se motive ante la idea de asistir a
una acción formativa, no es tarea fácil, pero tampoco es imposible.
Mi experiencia
me ha hecho ver que existen recursos en los que apoyarnos para conseguir esto.
Recursos tantos personales como tecnológicos. En cuanto a los primeros, cuando
intentamos de transmitir un conocimiento, la ejemplificación del mismo por
medio de anécdotas hace que el alumno se acerque al tema en cuestión y se
interese por él.
Y en relación
a los segundos, la utilización de las nuevas tecnologías, tales como pizarra digital
o software específicos relacionados con la materia, consigue captar la atención
del alumno notablemente. En este sentido he de añadir que aunque a primera
vista algún alumno de edad avanzada pueda parecer reticente a la utilización de
estos medios, con la paciencia y calma necesaria, se puede conseguir acercarlos
e incluso entusiasmarlos con esta idea.
Por último la
funcionalidad de los aprendizajes es esencial. Si un alumno no ve que lo que
está aprendiendo le va a resultar de utilidad en su vida profesional o en la
personal, no se tomará la molestia de prestar atención, ni asimilará los
conocimientos propuestos. El hecho de
que un alumno pregunte “¿Y esto para qué
me sirve?...” debe hacernos ver que no estamos transmitiendo de forma adecuada
el conocimiento. Por ello, en la medida de lo posible, se debe relacionar lo
que estamos transmitiendo con su utilidad práctica.
Para concluir,
y como respuesta al enunciado de este artículo ¿Docente o Psicólogo?, En mi
opinión, un docente en la mayoría de las ocasiones actúa como psicólogo y que
esto lejos de complicar la tarea, hace que el resultado de nuestro trabajo sea
mucho más positivo tanto para nosotros como para los alumnos. Personalmente me
siento orgullosa de afirmar que me entusiasma
mi profesión y la forma en la que la llevo a acabo, puesto que siempre
que finalizo un curso, por poca duración que tenga el mismo, me encuentro con
el cariño y la cercanía de los alumnos que han compartido ese tiempo conmigo.
Finalmente y a
modo de reflexión os dejo con una cuestión que no tiene porque estar
relacionada con la profesión de docente.
Fisioterapeutas,
vecinos, dependientes del mercado, amigos... Hoy día, ¿Quién no actúa como
psicólogo?...
Cristina Salazar
Palomo
Docente del curso:
Alfabetización Digital